viernes, julio 04, 2008

La justicia

Lo que pasó el domingo, sí, eso de la Eurocopa, no tenía nada que ver con el fútbol. Si no, no se explica.

No tenía nada que ver con el forofo de gran apertura maxilar, ni con el inapetente seguidor tras la derrota de su equipo.

Tampoco tenía nada que ver con el simple caballero que ante un dos-cero a favor de su club de siempre, de su equipo del alma, de su vida, arrima "cebolleta" hacia su señora fumadora y comedora de chicle.

No tenía que ver con nada eso. Aunque el otro día, el domingo, todos lo celebramos en una piña tan heterogénea como incomprensible en seres vivos capaces de reconocerse a sí mismos y a sus congéneres.

No tenía nada que ver. Porque lo que pasó el domingo saldó una deuda arrastrada desde hacía muchos años.
España, la selección española, la de fútbol, la de la máxima categoría, había caído demasiadas veces injustamente:

Todos sufrimos con el codazo a Luis Enrique en el Mundial del 94, con el jodido árbitro contra los coreanos en el 2002, con los penaltis en Inglaterra 96.
Nos desangrábamos en cada competición y nadie nos ponía una toalla. Los contrarios se reían de nosotros, los árbitros también, la prensa, los turistas que arrasan nuestras costas.


Cada competición mal concluída nos hundía más en la depresión comunitaria, en la decepción. Sólo algunos aficionados se curaban las heridas con goles de sus equipos en la liga nacional o en campeonatos internacionales de clubes. Y enseguida arrancaba otra fase de clasificación y poco a poco nos volvíamos a enganchar y luego la competición propiamente dicha, lo que llaman la fase final de la Eurocopa y el Mundial. Y volvía a pasar, volvían a eliminarnos.

Pero no era que nos pasaran por encima, no era que jugaran a un gran nivel y nos volviéramos para casa como un saltador de longitud tras hacer tres nulos en la primera eliminatoria. Ya me hubiera gustado a mí:
Primer salto............¡nulo!
Segundo salto...........¡nulo!
Tercer salto............¡nulo!, me levanto, me sacudo la arena y saludo a todo el estadio, que me aplaude.
¡La gloria!

No. Nos humillaban. Éramos superiores y perdíamos. Las artimañas nos mataban, las tretas nos desvalijaban el ánimo.

Hasta que llegó esta selección. Ningún crédito. Ni la inoperante federación que, por no hacer, nunca cambiaba nada, esta vez se dejó llevar y no renovó al seleccionador.

Y entonces jugamos(jugaron, vaya) y la metimos(la metieron, vaya). Y ganamos. Y se hizo justicia.






Y ése era el sentimiento que flotaba el domingo en las fuentes invadidas por niñatos descontrolados y algún madurito con ansia de fiesta. El sentimiento del que se ha liberado, del que ha recibido, por una vez, una recompensa a tantos años de injusticia.

Todos comentamos la jugada entre gritos, camisetas rojas y alcohol; y al día siguiente seguimos comentando la jugada en el lugar de trabajo. La puta justicia, lo que se hace esperar.



Unos días más tarde la justicia volvía a aparecer aunque nadie lo comentó en mi oficina. No lo juzgo, es normal.

Ocurría en Colombia.

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