martes, agosto 26, 2008

Guardando las distancias

Lo hacen hasta los mosquitos que se cuelan en mi baño. Pulalan, revolotean incluso acosan, pero guardan las distancias.
Nosotros no. Nosotros nos metemos en la boca del lobo, nos rodeamos, tomamos café con ellos y hasta les reímos las gracias (que ni puta gracia).

Bajamos con ellos en el mismo ascensor; les damos los "buenos días" aunque sólo nos devuelvan un carraspeo; les respondemos a sus correos aunque siempre olviden responder a los nuestros; les informamos de todo aunque ellos nos informan de lo justo, mal y tarde.

Nosotros vamos a reuniones que sólo están hechas, convocadas, para ellos, para que justifiquen horas o para enseñarnos no sé qué galones o para decirnos básicamente sandeces.
Incluso aceptamos ir a las cenas que montan para que el director general se cueza y toque tres culos y coma cuatro orejas. Y en el fondo para que se sientan queridos.

Cumplimos horarios, estrictamente o siempre de más, mientras les vemos aparecer a la hora que les sale de los huevos: ¡Ah, que tienen que llevar a los niños al cole! (los demás no tenemos niños); ¡Ah, que vienes de un cliente! (que acaba de llamar para preguntar si ibas a ir hoy); ¡Ah, que se te ha muerto tu quinta abuela o el hámster! (para el caso que le hacías a ambos...)

Así está montado este tinglado: Todos revueltos.
Ni siquiera hacemos como el pingüino que, intuyendo la presencia del pinnípedo asesino (asesino para él, claro), echa a andar a su ritmito torpe (a nuestros ojos) y evita que la mole le hinque el diente (o el colmillo).


Nosotros no. Nosotros vamos a sus brazos cuando les vemos salivar. Apelamos a no sé qué orgullo para intentar volver a demostrarles que valemos, que estamos de su lado, que les queremos. Sin saber, sin darnos cuenta, de que son de otra especie, no nos entienden, sólo se entienden entre ellos.

Por eso vemos ilógico y ellos tan lógico que Manuel Clavapuñales sea ahora ascendido a gerente y Víctor Rebabosa a director. Que viene a ser como cuando a un capitán le suben de puntas en su estrella por no sé qué méritos en una guerra.

O que el comercial Luis Melostoco Adosmanos trinque comisión por lo que nos curramos los demás en concepto de no sé qué labor de captación, fidelización o pollas en vinagre (válgaseme el improperio) realiza con un cliente que comenta a sus espaldas lo tonto que es.

Y mientras, nosotros, demostrando a unos y a otros; adaptándonos a cambios de horario; sometiéndonos a trescientos procedimientos de aprobación de vacaciones (no te saltes ninguno ni lo dejes en manos de ningún supervisor, que usarán luego éstas para abofetearte según convenga); intentando caer bien al personal, incluso tratando con cariño a la máquina de sándwiches (de qué son, por cierto, de salsa, ¿no?).

Nosotros tenemos que estar a todas y ellos a ninguna.

Y siendo todo esto así. Estando todo esto tan claro. Me pregunto, casi retorciéndome la muñeca para que duela, ¿por qué no guardaremos las distancias con estos hijos de puta?

¿Por qué?



lunes, agosto 18, 2008

La certeza

Obligado a la incertidumbre, si quiero que mi proyecto cuaje, empecé el otro día a darle vueltas a la cabeza.
Y a mirar a mi alrededor: La necesidad de certezas es abundante entre los seres pensantes que me rodean.

Yo mismo soy un buscador nato de certezas, aunque me pase el día con frases evasivas y relativas.

Nos gusta el empleo fijo, que nos hagan "fijo" en nuestra empresa. La palabra "temporal" no nos gusta ni en boca de un meteorólogo. De "provisional" ni hablemos. O, si puede ser, aprobar una oposición "para toda la vida", un puesto fijo, fijo, fijo. Que dé seguridad, estabilidad, que nos quite el desasosiego laboral o al menos sosiegue a nuestros progenitores...

La pareja estable parece coronar un modo de vida sin parangón. Y casarse por la iglesia; por lo civil, consolida la relación, la hace más fuerte. Parece que el hecho en sí la hará perdurar...

Visitar el mismo restaurante, donde nos conocen, nos miman, nos dan la misma mesa nos hace comer más seguros, más a gusto, más estables. También el bar donde te llaman por tu nombre y tú por el suyo al hostelero y te sacan directamente un tercio de Mahou sin decir nada...

Pasear por la misma calle, asirse a la misma compañía y comprar la fruta en la misma tienda...

Amarrarse a los discos de siempre, los géneros de siempre, los autores de siempre...

Vestirse de la misma manera, con el mismo peinado, las mismas tiendas de ropa visitadas...

Insistir sobre las mismas ideas políticas, los mismos argumentos, los mismos pilares filosofales, los mismos principios...

Llenar la agenda de compromisos, quedadas, tareas programadas, cosas importantes que hacer...

Verdades absolutas en la mesita de noche, en la foto colgada, en el recibo recibido...

Y en definitiva, rodearnos de esa certeza, que ahoga tanto o más que la ansiedad del futuro incierto. Que nos llena de lorzas la cintura, por aprovisionarnos en exceso de víveres. Que nos embota siguiendo el hilo argumental de la misma serie de TV o leyendo el mismo periódico. La misma necesidad de certeza que necesitan los prohombres para seguir encima de nuestros higadillos.
Puede ser también que vuelque mi ira contra ésta ahora que la tengo que olvidar un poco.
No lo sé.



Principio de Incertidumbre


sábado, agosto 09, 2008

Volviendo

Más de un mes desde la última entrada, el último post y toda una vida que contar, pero no es la mía, así que me callo.

Envuelto en el olimpismo y en el suertudo 8 del 8 de 2008 me relajo explorando mi panza para compararla con algún abanderado y sonrío: soy olímpico, no hay duda.

Tras la ceremonia (no decepcionó el gran Zhang Yimou) y este espantoso calor que tanto me gusta, intentaré relajarme con más dosis de cerveza, agua y compañía agradable.

También me abandonaré a la lectura de, como dice mi prima, "libros de leer". Aunque tengo algunas dudas que despejar con esto de las olimpiadas chinas, la cultura china (la única que parece milenaria), y el mejunje occidental que nos traemos entre manos con respecto a las personas de ojos rasgados. Lo intentaré entre lectura y lectura.

Aprovecharé también para ir al mercado y escaparme de los supermercados (me deprime ver tantas cajas vacías y el aire acondicionado te lo chupas tú solito), para escribir algún poema o para mirar al Cielo más, a ver si este año veo las putas Perseidas, también llamadas de San Lorenzo, por aquello del santoral.

Luego, en un rato, empezaré a documentarme para el libro que voy a escribir, no sé si esto lo haré en pelota picada o con un pareo mediterráneo, aún no lo tengo decidido. Antes, eso sí, pasaré por el herbolario para llevarme media docena de botes de hierbas: unas para limpiar mi organismo y otras para limpiar mi espíritu, que debe estar de hollín hasta las trancas (terrenal que es uno).

A mi lado me proveeré de todo lo que me inspire, me recuerde lo artista que soy, me hable, me transmita y me prepare para un manotazo visceral sobre un lienzo o un garabato impulsivo sobre un cuaderno de notas ecológico.

A todo esto la tele seguirá puesta y gozaré con las medallas nacionales y de algún que otro país, atleta o equipo que me caiga simpático. No sé si me engancharé con el bádminton o con el lanzamiento de disco: Siempre he sido mucho de método Fosbury y de gimnasia rítmica, sufriendo para que la pelota no se les escape o la cinta se vaya a hacer puñetas, pero hay que dejar un hueco para las nuevas pasiones.

No sé si ya lo he dicho: Ahora soy bohemio.



La respiración contenida

De un día para otro vino la hostia y cortó la respiración. Un virus malo, malísimo, llega, se expande, mata, colapsa. De un día para ot...