lunes, agosto 13, 2018

¡Hasta el lunes Cordobita!

Escribo esto para mí, porque lo necesito y porque necesito hacer público lo que supone este tío en mi vida. Juan Carlos Córdoba abandonó este mundo lleno de proyectos, ilusiones y felicidad. Y lo hizo de forma repentina e injusta (lo repentino siempre está peleado con la justicia).



Este último año, como compañero y amigo, establecí con Cordobita un vínculo que continúa ahora y para siempre, un canal de comunicación y cariño como nunca había tenido en el mundo del guión, la comedia, la risa.

Todos los recuerdos que tengo con Córdoba son recuerdos felices. Su media sonrisa picarona y esa mirada de "qué bien me lo paso aquí en esto de la vida" nunca podían llevarte al mal humor.

Nos conocimos en el último nivel del curso de Stand Up Comedy que daba Luismi en la Garibaldi de Madrid; era 2010. Y creo que nos caímos bien al instante. Él andaba ya con Joseba compartiendo bolos mientras preparaban una hora para ir solos. Y aprovechaban la reunión de cómicos para contar las anécdotas que les pasaban. Te partías. La tiraba y luego te miraba a ver si había calado la gracia. 

Apostó por mí como nadie. Siempre tuvimos un rollo especial. Recuerdo cuando me dijo por Facebook que era al único al que permitía que le etiquetara donde me saliera del rabo (podéis buscarlo, por ahí anda su comentario). O cuando en una prueba para Paramount Comedy en la Joy Eslava de Madrid, allá por 2012, donde coincidí con nuestro queridísimo Raúl Navareño, él dijo: "Yo he venido a ver al heavy" (había ido a ver al Nava). Unos meses antes, en 2011, había sido al revés: fue su primera grabación para el canal. Lo reventó el muy cabrón y luego nos invitó a unos cuantos a cenar algo.

Coincidimos en algunas movidas, aunque no nos veíamos mucho. Cada uno con sus bolos por aquí y por allá. Como en aquel concurso de la cadena SER, en el que estábamos ciento y la madre de cómicos y que ganó. "No me lo merezco. No he sido el mejor". Y luego se pagó "unos pelotis". 

Él era así. No se casaba con nadie y te soltaba lo que fuera tal cual. Con la misma facilidad verbal con la que tiraba sus chistes, sus zascas y sus comentarios graciosos siempre que le tenías delante. Una máquina de hacer reír, eso es lo que era.

Me regaló su libro "Ni pies ni cabeza". "Otro día te lo dedico, que no tengo boli". Y así se quedó la novela, sin rúbrica. Me lo leí y por ahí hice una reseña. "Escribes muy bien", me decía. Curioso al menos. Él. Que lo hacía todo, todo guay y siempre antes que yo.

Un tío con un corazón enorme. Cada vez que nos veíamos siempre se interesaba en qué punto estaba mi carrera y cómo echarme una mano. Uno de los peores fines de semana de mi vida me fui a presentarle a La Chocita del Loro de Hermosilla y luego nos tomamos unas cañas. ¡Qué a gusto está uno con Córdoba!, pensé.

En septiembre de 2016 coincidimos en Talavera, en un evento benéfico para la Fundación Gomaespuma. Me escribió unos días antes: "Tío jevi. El 11 nos vemos!!". Y aprovechó la ocasión para prometerme algún contacto. "Porque te quiero", me decía. A mí se me abría el alma, claro.

Cuando le pillaron para el programa "El Intermedio" me alegré un montón y se lo hice saber. Llegué a hacer una foto a la pantalla de la tele cuando al final salía su nombre y se la envié. "Uhalaaaa no sabía ni que salía en los créditos jajaja", me contestó. Muy grande este Córdoba.

El año pasado el que estaba en proceso de entrar en "El Intermedio" era yo. No le dije nada, se enteró un día antes de que enviara la prueba, cuando nos vimos por casualidad en el Beer Station: local de comedia, fingers de pollo y encuentro de humoristas. Cuando fui a hacer la entrevista me dijo: "Te van a coger. Me jodería equivocarme". Y me cogieron. Fue al primero al que le envié un whatsapp y me contestó: "Me he emocionado". Así era él.

No paró de ayudarme. Desde el primer día con el "¡ese heavy!" con el que me daba los "buenos días" y que se convirtió en mi sobrenombre en toda la redacción. "Heavy" para todo. También me regaló toda una suerte de salidas: "Te como lo negro. En tu caso la camiseta de los Kiss", "qué hijoputa", "eres muuuy bueno". Y yo siempre: ¡Gracias Cordo, gracias Cordobita! Era genial estar y trabajar con él.

Si de algo me alegro entre tanta tristeza es de no haberme quedado sin decirle mil veces "gracias". "Lo hago porque eres mi colega", me decía, como quitándole importancia. Comimos cocido juntos, estuvo en mi autofiesta-aniversario en la comedia, fui a su último cumple, y le despedí  entre lágrimas rodeado de gente y con algo dentro que todavía no me deja encajar la ausencia. Amigos, compañeros, familiares y todos, además, fans de Córdoba. Sí: eso lo consiguen pocos.

Nos ha dejado tocados: a los que tenemos ya goteras y a los púberes. Todo ha hecho crack y sabemos que ya nada es igual. Ahora los kilómetros y la fiesta, los textos y retextos, los pinchazos y los egos tendrán un ruido de fondo, un eco que recuerde el enorme lugar que ha ocupado.

En una de nuestras conversaciones le comentaba que me hacía gracia que entre los cómicos muchos se llamaban "hermanos": "tal es mi hermano", "el otro es mi hermano", "Pepito Pérez es mi hermano". Y que a mí me parecía un poco mierda. Le decía: "Yo en el mundo de la comedia tengo colegas, que les quiero mucho, pero no son mis hermanos. Hermanos ya tengo muchos, no me hacen falta más". Y él se reía con esa risa que tenía de pasárselo de puta madre. Pues me equivoqué, Córdoba, Hermano.

¿Quién me va a decir ahora "ese jebiiii"? ¿Quién me va a cuidar cuando esté de bajón? Y, sobre todo, ¿quién va a retuitear ahora las tonterías que escribo? ;)

Dejamos pendiente el show matinal en el Beer para contar a los niños lo que los padres no se atreven a explicarles. Sólo creamos el grupo de whatsapp con el Nava. Todo se andará. Los que nos quedamos intentaremos ser felices por ti y, recordando tus chistakos, también gracias a ti.

¡Hasta el lunes Cordobita!




viernes, marzo 09, 2018

8Mujeres


-¿Sabes quién se ha muerto? Se ha muerto Yayi, la del tercero, la hija de la Juli, la que peinaba a tu tía en las bodas, que era rubia así grandona, con el pelo revuelto, un poco sucio, que siempre iba andando como espatarrá, con un vestido más feo, así como viejo, que cuando se subía con nosotros en el ascensor tú decías que le olía el culo a mermelada de melocotón, que era un poco bizca y gritaba mucho por el patio y salía por la noche sabe Dios adónde, que decían que tenía un querido que le daba dinero.

Sí, Yayi. La que fumaba como un carretero que tenía la voz así ronca que parecía que te iba a escupir un gargajo del tamaño de una pera, que su hermana, la mediana, iba al cole con tu hermano, que era una vaga, que siempre estaba pidiéndole los apuntes y venía a casa al cuarto y estaba allí horas, que salía tu hermano de vez en cuando a beber agua y decía que ella no se enteraba de nada de las matemáticas.

Yayi sí. La mayor de las tres hermanas, que su madre, la Juli, trabajaba en la embajada de Holanda, y se las daba ella de fina, y lo que trabajaba era limpiando las escaleras, que venía con las manos agrietadas y oliendo a lejía que tiraba para atrás.

Que su padre estaba todo el día quejándose porque había pillado cosa de los bronquios de fumar y de trabajar con la ferralla, que eso es malísimo y te puedes morir y todo, porque te deja hecho polvo. Que le compraba el padre a las hijas gominolas y a ti te daba de vez en cuando alguna si te veía en el portal.

Yayi. Sí. Con unos zapatos de tacón que se ponía, altos, altos, que parecía que se iba a caer en un bordillo. Alta, con una sonrisa grande, los labios muy rojos, que cuando llegaba tu abuela del mercado siempre le ayudaba a subir la compra, que le decía que ya no estaba para empujar carritos y a tu abuela le daba por llorar y secarse con el pañuelo que tenía con las iniciales del abuelo.

Yayi. Que no paraba de comer pipas los domingos, que se oía por la terraza el cracrá, y veías en el jardín el rodalico que formaba. Que su hermana la pequeña se casó muy joven y embarazada que salió desde aquí para la iglesia con más pena que otra cosa y su padre serio, serio, que parecía que le iba a dar un perrengue. Y luego se separó enseguida y se vino aquí con la madre, que el padre ya había muerto y no les había dejado ni una paguica de las deudas que tenía, y estuvo luego junta con uno del otro bloque que parece ser que vendía droga dura o porros y le metieron en la cárcel y ya no supimos más de él.

Yayi. Que venía del hospital todas las noches rota, de cuidar a su madre y se quedaba otro rato en la calle, hablando por teléfono, que se oía desde aquí. Que puso una tienda hace poco, hará dos años, de complementos, ¿en la calle donde vives tú? pues enfrente, que yo iba mucho para regalos para tu hermana y siempre me daba un detallito, un brochecito, un pañuelo, algo. Pues la pobre se ha muerto. Se conoce que estaba muy mal. ¿Te acuerdas ya, hijo? ¡Yayi!

-¡Ah, sí! Ya me acuerdo, sí, sí. Claro. La del tercero.




Me sacaba 8 años. Yo tenía 7 y ella 15 cuando me miró a los ojos y me dijo:
-Eres muy guapo. Te has ganado un beso.
Me quedé helado y rojo cuando me lo dio. Todos los días de mi vida recuerdo ese momento y por supuesto a Yayi, la del tercero, la hija de la Juli.







La respiración contenida

De un día para otro vino la hostia y cortó la respiración. Un virus malo, malísimo, llega, se expande, mata, colapsa. De un día para ot...