Me gusta ver los Goya, también para criticarlos, pero no
sólo. También los veo porque me gustan sus momentos emotivos, por ver a algún premiado que pronosticas
subiendo al escenario y por simple curiosidad.
Esta gala ha sido bochornosamente larga. No sé si ha sido
así crono en mano, en mis neuronas sí. He bebido lo justo para llevarla lo
mejor posible: lo juro.
El guión endosado a la habilidosa Eva Hache estaba muy poco trabajado,
parece que les pilló el toro de Blancanieves. Los chistes eran de premisa
infinita y remates previsibles. Tediosos también en su machacona insistencia
política: los chistes de política necesitan de más vueltas para llegar a ser
siquiera ingeniosos. Mal, muy mal.
Para colmo, todo el mundo haciendo el chistecito del “sobre”,
que se vengó con la jugarreta “ugartiana” a la mejor canción: impresentable
error y gestión posterior del mismo.
El discurso del “jefe” de la Academia, aparte de la disculpable
capacidad oratoria, fue en una línea victimista muy habitual. Ver tanta
burguesía rasgándose las vestiduras da un poquito de vergüenza ajena, la
verdad.
Por eso nos rendimos todos a la frescura y visceralidad de
Candela Peña, que recibe un Goya y denuncia su propia precaria situación, esa
sí, nada burguesa. Por eso se nos atraganta tanta cita a los recortes, tanta
alusión facilona que derrite la protesta. Pocos activistas había en la sala, que
no lo sean, por favor, ese ratito que suben ahí: no nos lo creemos, vaya.
Eso sí, que cada uno diga lo que quiera, como apuntaba
Fernando Trueba antes de aguantar, con absoluta serenidad (ya le ha pasado más
veces), cómo las nominaciones a “El artista y la modelo” se quedaban en eso,
que no es poco.
Gracias a tanta proclama y gracias al pobre guión, la gala
no ha tenido ritmo desde la primera frase de Eva Hache. Ni los “chanantes” se
libraron del atontamiento general. Me imagino que el director/realizador tendrá
algo que ver en todo este mal fregao.
Tampoco entiendo esos planos generales donde la gente se
levanta para ir a mear, sube escaleras, se come medio encuadre, como si aquello
fuera un vídeo de “Mi gran boda gitana”.
Pero el momento que me ha dejado estupefacto ha sido cuando
Eva Hache se ha puesto a hacer un monólogo sobre el original tema de ¡los
móviles!
No sé si estaba tirando de material de su época de bolos mal
pagaos al ver que con el guión aprendido “pinchaba” o fueron los guionistas los
que tiraron de su material antiguo y lo maquillaron un poco para actualizarlo. Que
va a ser esto. Penoso.
Como penoso fue ver cómo se dirigía a cada uno de los
nominados a mejor película con un texto que apenas dibujaba una sonrisa de
cortesía en los receptores. Ya ni siquiera se molestaron de que hubiera un
remate malo. Era simplemente Eva Hache luchando por hacer graciosas unas líneas
que podría haber escrito el mismísimo González-Macho.
Como me había puesto con la mala baba casi se me olvida
comentar la rabia con que Bayona recogía su Goya (sentimentalismos aparte) tras
tanta cera como se da en este puto país a la peña que hace taquilla.
También se me olvidaba comentar cómo he gozado con el speech de Concha Velasco, todo
preparadito y lleno de vitalidad y verdad; cómo he entendido el bloqueo de
Fernando Guillén Cuervo, que sólo tenía que decir “Y los finalistas...” y poco
más, cuando segundos antes su hermana mencionaba a su padre fallecido; y cómo
me mola ver a Macarena García, a Joaquín Núñez y a Julián Villagrán con el cabezón
al lado.
También me alegro que “Tadeo” haya tenido su reconocimiento,
porque estas producciones se las traen. La animación es un terreno difícil y
lleno de generosidad por parte de los que curran ahí.
Y eso, animación, fue lo que no tuvo esta gala, a la que
sólo le faltó que hubiera salido el ministro medio borracho y contando chistes
sobre Ana Mato.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo, no se podría haber explicado mejor.
¡Salud!
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