Uno conoce a Asun Serra y queda tocado con su
energía. Su entusiasmo sólo es comparable con su talento en escena y su verborrea. Sí: esta mujer no para de hablar.
Conecta palabras,
adjetivos y entonaciones de voz como nadie en el mundo mundial de todos los
mundos posibles reales o inventados, cristianos, ortodoxos o marxistas.
A Asun le cuesta
escribir los textos en papel. Dice que los imagina y los vomita en la cocina,
en el coche o donde haga falta hasta subirlo al escenario y deleitar con su
frescura a los que están al otro lado del micro. Y se obliga a inventar
siempre, a no quedarse con lo que funciona ya, a disfrutar con cada línea nueva
que tira al aire, a veces hostil, que la escruta.
Va de “maru”, de
comprometida, de loca de atar. Pero sobre todo va de acá para allá. Y ahora,
después de leer su sencillo y emotivo libro
“Mujeres de alas rotas”, creo saber por qué.
Asun Serra busca sus
alas, aquellas que tuvo y que ahora nota haber perdido a pesar de todo lo bueno
que tiene.
Por eso es capaz de
chuparse 500 kilómetros en una noche; llevar gafas de sol cuando aún no ha
salido éste; subirse a un pub; llegar a besar a su pequeña; dormir lo justo;
ducharse y salir de nuevo con el coche rumbo a no sé qué otra movida. Todo por
encontrar sus alas.
Triunfó en su momento
en la radio, luego hizo las
américas, con tiros de por medio y tocada de vida sin envoltorio ni tenedor.
Hace unos años pensó que esto de los monólogos podría funcionar y se lanzó a
ello. Por medio se le cruzó la televisión,
donde revolucionó y fue el alma máter (nunca mejor dicho) del programa “La
tarde con Cristina” en la tele de Castilla y León.
Con tanta fuerza se
lanzó que gana todos los certámenes
que se propone y pierde también estrepitosamente aquellos que vienen cruzados por
no se sabe muy bien qué maldades o asincronía emocional de la artista con la
vida.
Esta chica promete y
consolida, achucha y se relaja, compra pan y bebe cocacola. Es un ángel con alas, pero creo que no lo sabe.
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