viernes, mayo 15, 2020

La respiración contenida

De un día para otro vino la hostia y cortó la respiración. Un virus malo, malísimo, llega, se expande, mata, colapsa.

De un día para otro la vida cambió. 

Todos confinados, palabras nuevas al vocabulario. 

Todos jodidos: los que tienen Netflix, los que tienen un yate, los veganos, los de chuletón, los pequeños, con sus anhelos intactos, los mayores, con su paz jubilada revuelta, los de en medio, mirando de reojo a ambos lados. Unos con mascarilla, otros con guantes, otros tosiendo y sacando pecho mientras el perro caga en la acera.

Y de pronto los refranes dejan de tener sentido: ni las mil lluvias de abril ni el sayo de mayo nos interesan lo más mínimo. 

Y el hombre del tiempo se afana en defender su puesto, casi al borde de un ERTE. 

Y nadie sabe lo que va a durar esto, nadie sabe cómo flotar. Y por eso, sobre todo, estamos con la respiración contenida.



Y como si un estallido nos hubiera bloqueado los sentidos, y un pitido infernal nos dejara sin oídos, intentamos mantener el equilibrio, recomponernos, volver.

Y nos volcamos a hacer cosas, a proponer cosas, a aparentar que todo sigue igual, que no pasa nada. Intentamos hacer vida normal dentro de la anormalidad. Intentamos recrear, de otra manera, las cosas que hacíamos antes. Y hacemos cocido sin punta de jamón, amasamos pan en vez de comprarlo o pedimos vino por Amazon en lugar de libros.

Y ofrecemos alternativas a lo que hacíamos: los profesores se ven obligados a evaluar sin ver, los cómicos a hacer reír sin público y los bares a hacer hamburguesas con los taburetes vacíos. Estamos en una vida para llevar, una vida donde no hay nadie enfrente.

Y así pretendemos recrear la existencia que conocemos, la que conocíamos, porque la que hay nos da miedo, y la que viene nos da desasosiego. 
Disimulamos vivir. Porque respiramos conteniendo la respiración.

Y así, en apnea, pasamos los días, sin apenas llamarnos, sin apenas contacto más que con nuestro core familiar, nuestro núcleo. Ese grupo de personas que hemos decidido que están en nuestro equipo de grandes emergencias. Esa gente de la que de alguna manera quieres, aunque no puedes, hacerte responsable. Piensas que, si uno cae, el virus ha ganado.
Y te informas, para trasladar recomendaciones.
Y haces videollamadas, porque necesitas ver las caras.
Y te preocupas hasta quedarte sin sueño: por los tuyos, por todos, por lo que vendrá.

Y como no hay presente ni hay futuro, nos agarramos al pasado. Y compartimos fotos de ayer, conciertos de verano, canciones de hace décadas. Nos aferramos a lo que fuimos porque no sabemos lo que ahora somos. 

Y nos asomamos al balcón como si fuera salir a la calle. Y cuando por fin salimos a la calle, intentamos fingir que damos un paseo, cuando lo que hacemos es transitar por un videojuego de distancias sociales y toses de gente sin proteger, ajena a todo el aluvión de información y advertencias, ajenos a la vida. Nuestra vida, que siempre dependió del otro, ahora nos parece así en cada movimiento.

Y tú, que eres misántropo de entre semana, que te basta un portátil y algo que contar para que se pasen las horas, sabes que necesitas al mundo. Necesitas que los demás también estén ahí fuera haciendo sus cosas. Como en un bar de copas lleno de gente que pide música que no te gusta, hablan fuerte y huelen mal, sobre todo ahora que no se fuma dentro. Pero necesitas que estén, que hagan ambiente, que formen eso que se llama sociedad.

Y en una sociedad en suspenso las emociones se vienen arriba. Y unos lloramos por todo, otros odiamos por todo, y la mayoría intenta mantener el vínculo con todo. Y todo, sin darnos ya cuenta, con la respiración contenida.






jueves, diciembre 19, 2019

NO ES NO. Tres palabras, de dos letras.


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Leyendo tantas cosas por las redes sociales me he animado a dar una humilde y breve opinión sobre el tema del “No es No” y eso del consentimiento. Y usaré el mismo medio: la red social.

El lema, sentencia, grito “NO ES NO”, para dejar claro el tipo de “contrato” que se establece en una relación sexual, me parece uno de los mensajes más claros, rotundos y definitivos de la historia. Y es vergonzoso que se cuestione, se intente ridiculizar y se intente anular su significado.

Parece que a los machos nos cuesta entender que una chica, mujer, ha podido encandilarse con tu voz y estar en el NO, ser fan de tu vida laboral: futbolista, estrella del rock, presentador de televisión y estar en el NO, querer follar contigo y luego estar en el NO. Que cuando tú ya tienes claro que es Sí y saltas toda la cadena de deseo y pasas directamente a forzar la situación, puede aparecer un NO. Que cuando tú sólo piensas que ya te dijo que sí, que entró en tu conversación juguetona de chat y eso es un Sí, que luego entró en tu casa, y eso es un Sí y que finalmente entró en tu habitación y que todo eso es un Sí, puede aparecer un NO. Y, por supuesto, nos cuesta entender que un Sí no significa que puedes tratar a la otra persona como un objeto sexual para tu mierda de placer unilateral sólo porque todo comenzó con ese Sí, o con un “me gusta”. También sorprende lo fácil que deducimos un SÍ y nuestra ceguera para no ver un NO.

Es increíble que no entendamos que el NO puede aparecer en cualquier momento.
Que una persona puede estar con otra y que en cualquier instante haya algo que le haga querer parar, o marcharse, o no tocarse con el otro, o no comunicarse con el otro. Y eso hay que respetarlo. SIEMPRE. En cualquier circunstancia afectiva, temporal, psicotrópica. Un NO es un NO. Y cualquier otra cosa que no sea aceptar el NO y dejar a la otra persona libre para actuar y decidir, es violación, es agresión, es violencia. NO ES NO. Tres palabras, de dos letras cada una, es muy fácil de aprender, o NO. Esto pienso yo.



lunes, agosto 13, 2018

¡Hasta el lunes Cordobita!

Escribo esto para mí, porque lo necesito y porque necesito hacer público lo que supone este tío en mi vida. Juan Carlos Córdoba abandonó este mundo lleno de proyectos, ilusiones y felicidad. Y lo hizo de forma repentina e injusta (lo repentino siempre está peleado con la justicia).



Este último año, como compañero y amigo, establecí con Cordobita un vínculo que continúa ahora y para siempre, un canal de comunicación y cariño como nunca había tenido en el mundo del guión, la comedia, la risa.

Todos los recuerdos que tengo con Córdoba son recuerdos felices. Su media sonrisa picarona y esa mirada de "qué bien me lo paso aquí en esto de la vida" nunca podían llevarte al mal humor.

Nos conocimos en el último nivel del curso de Stand Up Comedy que daba Luismi en la Garibaldi de Madrid; era 2010. Y creo que nos caímos bien al instante. Él andaba ya con Joseba compartiendo bolos mientras preparaban una hora para ir solos. Y aprovechaban la reunión de cómicos para contar las anécdotas que les pasaban. Te partías. La tiraba y luego te miraba a ver si había calado la gracia. 

Apostó por mí como nadie. Siempre tuvimos un rollo especial. Recuerdo cuando me dijo por Facebook que era al único al que permitía que le etiquetara donde me saliera del rabo (podéis buscarlo, por ahí anda su comentario). O cuando en una prueba para Paramount Comedy en la Joy Eslava de Madrid, allá por 2012, donde coincidí con nuestro queridísimo Raúl Navareño, él dijo: "Yo he venido a ver al heavy" (había ido a ver al Nava). Unos meses antes, en 2011, había sido al revés: fue su primera grabación para el canal. Lo reventó el muy cabrón y luego nos invitó a unos cuantos a cenar algo.

Coincidimos en algunas movidas, aunque no nos veíamos mucho. Cada uno con sus bolos por aquí y por allá. Como en aquel concurso de la cadena SER, en el que estábamos ciento y la madre de cómicos y que ganó. "No me lo merezco. No he sido el mejor". Y luego se pagó "unos pelotis". 

Él era así. No se casaba con nadie y te soltaba lo que fuera tal cual. Con la misma facilidad verbal con la que tiraba sus chistes, sus zascas y sus comentarios graciosos siempre que le tenías delante. Una máquina de hacer reír, eso es lo que era.

Me regaló su libro "Ni pies ni cabeza". "Otro día te lo dedico, que no tengo boli". Y así se quedó la novela, sin rúbrica. Me lo leí y por ahí hice una reseña. "Escribes muy bien", me decía. Curioso al menos. Él. Que lo hacía todo, todo guay y siempre antes que yo.

Un tío con un corazón enorme. Cada vez que nos veíamos siempre se interesaba en qué punto estaba mi carrera y cómo echarme una mano. Uno de los peores fines de semana de mi vida me fui a presentarle a La Chocita del Loro de Hermosilla y luego nos tomamos unas cañas. ¡Qué a gusto está uno con Córdoba!, pensé.

En septiembre de 2016 coincidimos en Talavera, en un evento benéfico para la Fundación Gomaespuma. Me escribió unos días antes: "Tío jevi. El 11 nos vemos!!". Y aprovechó la ocasión para prometerme algún contacto. "Porque te quiero", me decía. A mí se me abría el alma, claro.

Cuando le pillaron para el programa "El Intermedio" me alegré un montón y se lo hice saber. Llegué a hacer una foto a la pantalla de la tele cuando al final salía su nombre y se la envié. "Uhalaaaa no sabía ni que salía en los créditos jajaja", me contestó. Muy grande este Córdoba.

El año pasado el que estaba en proceso de entrar en "El Intermedio" era yo. No le dije nada, se enteró un día antes de que enviara la prueba, cuando nos vimos por casualidad en el Beer Station: local de comedia, fingers de pollo y encuentro de humoristas. Cuando fui a hacer la entrevista me dijo: "Te van a coger. Me jodería equivocarme". Y me cogieron. Fue al primero al que le envié un whatsapp y me contestó: "Me he emocionado". Así era él.

No paró de ayudarme. Desde el primer día con el "¡ese heavy!" con el que me daba los "buenos días" y que se convirtió en mi sobrenombre en toda la redacción. "Heavy" para todo. También me regaló toda una suerte de salidas: "Te como lo negro. En tu caso la camiseta de los Kiss", "qué hijoputa", "eres muuuy bueno". Y yo siempre: ¡Gracias Cordo, gracias Cordobita! Era genial estar y trabajar con él.

Si de algo me alegro entre tanta tristeza es de no haberme quedado sin decirle mil veces "gracias". "Lo hago porque eres mi colega", me decía, como quitándole importancia. Comimos cocido juntos, estuvo en mi autofiesta-aniversario en la comedia, fui a su último cumple, y le despedí  entre lágrimas rodeado de gente y con algo dentro que todavía no me deja encajar la ausencia. Amigos, compañeros, familiares y todos, además, fans de Córdoba. Sí: eso lo consiguen pocos.

Nos ha dejado tocados: a los que tenemos ya goteras y a los púberes. Todo ha hecho crack y sabemos que ya nada es igual. Ahora los kilómetros y la fiesta, los textos y retextos, los pinchazos y los egos tendrán un ruido de fondo, un eco que recuerde el enorme lugar que ha ocupado.

En una de nuestras conversaciones le comentaba que me hacía gracia que entre los cómicos muchos se llamaban "hermanos": "tal es mi hermano", "el otro es mi hermano", "Pepito Pérez es mi hermano". Y que a mí me parecía un poco mierda. Le decía: "Yo en el mundo de la comedia tengo colegas, que les quiero mucho, pero no son mis hermanos. Hermanos ya tengo muchos, no me hacen falta más". Y él se reía con esa risa que tenía de pasárselo de puta madre. Pues me equivoqué, Córdoba, Hermano.

¿Quién me va a decir ahora "ese jebiiii"? ¿Quién me va a cuidar cuando esté de bajón? Y, sobre todo, ¿quién va a retuitear ahora las tonterías que escribo? ;)

Dejamos pendiente el show matinal en el Beer para contar a los niños lo que los padres no se atreven a explicarles. Sólo creamos el grupo de whatsapp con el Nava. Todo se andará. Los que nos quedamos intentaremos ser felices por ti y, recordando tus chistakos, también gracias a ti.

¡Hasta el lunes Cordobita!




viernes, marzo 09, 2018

8Mujeres


-¿Sabes quién se ha muerto? Se ha muerto Yayi, la del tercero, la hija de la Juli, la que peinaba a tu tía en las bodas, que era rubia así grandona, con el pelo revuelto, un poco sucio, que siempre iba andando como espatarrá, con un vestido más feo, así como viejo, que cuando se subía con nosotros en el ascensor tú decías que le olía el culo a mermelada de melocotón, que era un poco bizca y gritaba mucho por el patio y salía por la noche sabe Dios adónde, que decían que tenía un querido que le daba dinero.

Sí, Yayi. La que fumaba como un carretero que tenía la voz así ronca que parecía que te iba a escupir un gargajo del tamaño de una pera, que su hermana, la mediana, iba al cole con tu hermano, que era una vaga, que siempre estaba pidiéndole los apuntes y venía a casa al cuarto y estaba allí horas, que salía tu hermano de vez en cuando a beber agua y decía que ella no se enteraba de nada de las matemáticas.

Yayi sí. La mayor de las tres hermanas, que su madre, la Juli, trabajaba en la embajada de Holanda, y se las daba ella de fina, y lo que trabajaba era limpiando las escaleras, que venía con las manos agrietadas y oliendo a lejía que tiraba para atrás.

Que su padre estaba todo el día quejándose porque había pillado cosa de los bronquios de fumar y de trabajar con la ferralla, que eso es malísimo y te puedes morir y todo, porque te deja hecho polvo. Que le compraba el padre a las hijas gominolas y a ti te daba de vez en cuando alguna si te veía en el portal.

Yayi. Sí. Con unos zapatos de tacón que se ponía, altos, altos, que parecía que se iba a caer en un bordillo. Alta, con una sonrisa grande, los labios muy rojos, que cuando llegaba tu abuela del mercado siempre le ayudaba a subir la compra, que le decía que ya no estaba para empujar carritos y a tu abuela le daba por llorar y secarse con el pañuelo que tenía con las iniciales del abuelo.

Yayi. Que no paraba de comer pipas los domingos, que se oía por la terraza el cracrá, y veías en el jardín el rodalico que formaba. Que su hermana la pequeña se casó muy joven y embarazada que salió desde aquí para la iglesia con más pena que otra cosa y su padre serio, serio, que parecía que le iba a dar un perrengue. Y luego se separó enseguida y se vino aquí con la madre, que el padre ya había muerto y no les había dejado ni una paguica de las deudas que tenía, y estuvo luego junta con uno del otro bloque que parece ser que vendía droga dura o porros y le metieron en la cárcel y ya no supimos más de él.

Yayi. Que venía del hospital todas las noches rota, de cuidar a su madre y se quedaba otro rato en la calle, hablando por teléfono, que se oía desde aquí. Que puso una tienda hace poco, hará dos años, de complementos, ¿en la calle donde vives tú? pues enfrente, que yo iba mucho para regalos para tu hermana y siempre me daba un detallito, un brochecito, un pañuelo, algo. Pues la pobre se ha muerto. Se conoce que estaba muy mal. ¿Te acuerdas ya, hijo? ¡Yayi!

-¡Ah, sí! Ya me acuerdo, sí, sí. Claro. La del tercero.




Me sacaba 8 años. Yo tenía 7 y ella 15 cuando me miró a los ojos y me dijo:
-Eres muy guapo. Te has ganado un beso.
Me quedé helado y rojo cuando me lo dio. Todos los días de mi vida recuerdo ese momento y por supuesto a Yayi, la del tercero, la hija de la Juli.







jueves, abril 27, 2017

Jaime Caravaca: vivir comediando...

Grandullón pequeño, juguetón, serio, Jaime Caravaca, agarrado a un cigarrillo que chupa como si fuera un pezón deslechado, vive comediando. La comedia siempre en su cabeza. Bueno, eso y los revolcones que se pega siempre que puede. 

Friki de casi todo, transformista, cabaretero del humor, despliega todo su arte en su casa, con su Murcia Comedy Club, que es más que un Comedy Club, es una experiencia total y única, lo que ahora llaman una experiencia 360º. 



Jaime te cuida, te regala y te arropa. Entiende, escucha y aconseja. Goza, sufre y te libera. Jaime es un chamán en un mundo más gañán. Desde su Murcia ambigua y sus contradicciones de amor-odio hacia aquella maravillosa región, tan denostada por listillos de ciudad que no hacen reír ni resbalando con piel de plátano, Jaime se extiende por allá donde para: locales, amistades, contactos, risas, burguers, vídeos virales, colaboraciones, manos izquierdas, a la espalda, con dagas, con miguelitos, con fuerza, con rencor. Jaime es España, Estado Español, República federal de cómicos.

Con su pinta de Peter Ustinov en Quo Vadis, sus rizos, sus chaquetas, sus uñakas y ese tattoo de Queen que tanto me mata, cantar junto a él "Don't stop me now" ha sido de lo mejorcito que me ha pasado, rodeado de chupitos y energía en La Urbe del Kas.



Jaime lo peta con su zapping doblado pero le quita importancia. Lo peta con su presencia y saber estar encima del escenario, pero le quita importancia. Jaime es grande, crack, puto amo, figura, artista y todas esas cosas que recibe un cómico a modo de tópico piropo. Pero lo mejor es irse de compras con él al centro comercial, como salido de una peli de Kevin Smith o Judd Apatow pasea su cuerpazo de tela negra y su bolso cruzado como una Señora Doubtfire del Metal mientras se deja atraer por peluches de Pixar o Disney o videojuegos en oferta. Todo desde la más absoluta felicidad. 

Jaime vive comediando: trabaja sin parar para generar trabajo, edita, compone carteles, lleva, trae, viaja, hace minutos, presenta, hospeda y además es un público brutal, cosa rara en un cómico. Disfruta del texto de otros como si de un fan ejemplar se tratase. Y todo esto sin correr. No le he visto correr en mi vida. Siempre pausado, siempre parsimonia, con su estrés encerrado en su corazón y esa sonrisa pícara que hace que todo sea más fácil. 

Jaime Caravaca es indispensable y le sobran codos e indiferencia para seguir siendo referencia allí donde va, porque es todo lo contrario a mediocre y eso siempre triunfa, sobre todo, si vives comediando...









jueves, marzo 02, 2017

Disparen a Darío Adanti

Darío Adanti, ilustrador, dibujante y HUMORISTA, así, con mayúsculas, ya que así se define y etiqueta él mismo. Le costó encontrarse pero ya lo sabe, es humorista. Hace humor. 


"La sátira que no ofende no es sátira, sino crónica de actualidad"

Darío acaba de publicar "Disparen al humorista" un manual sobre el humor en formato cómic, cómo no, donde abordar temas tan traídos últimamente como los límites del humor, pero también temas como qué es el humor, la risa, la comicidad. Temas que entroncan con todas las disciplinas: psicología, filosofía, historia, lingüística...



Darío ha recopilado mil notas (nos enseñó algunas) de mil lecturas. Porque este apasionado del verbo y la agilidad mental es un veterano lector, un devorador de definiciones, disquisiciones, aproximaciones a todo y a nada. Porque Darío nos propone y levante el acelerador para volverlo a pisar. Ese relativismo, esa negación-afirmación nos hace ver en las páginas de "Disparen al humorista" una propuesta abierta a pensar antes de hablar en este mundo tuitealizado donde la opinión no llega a eructo de ideas y donde seguimos necesitando reflexión.

"Los hechos felices no necesitan del humor para poder afrontarlos"


"Disparen al humorista" es un libro que debería estar en las escuelas y al lado de cualquiera que quiera dedicarse al humor o se dedique ya (aun triunfando) si el ego le permite leer otros puntos de vista.

"Primer mandamiento del humor: Buscarás siempre el chiste" 

En este manual hay algo que pervive en el transcurso del relato, de los relatos. Porque siempre que nos expresamos decimos más de lo que queremos decir. Intuimos no sólo un ejercicio de exorcismo del miedo que produce que alguien te pueda matar sólo por dibujar, cosa presente en "Disparen..." sino también cierta pena porque eso sea así. La búsqueda de qué es el humor, de vincular la risa a lo más intrínseco de la naturaleza humana se antoja una necesidad de reivindicar que dejen en paz al humorista, de lamentar la sociedad y el sistema que aprieta siempre la línea del humor, la trinchera de los humoristas dejando otras sórdidas trincheras indemnes. 
"El pájaro en la mina"

También es una reflexión sobre la libertad y sobre cómo unos a un lado y otros al otro van con sus militantes dogmas presionándola. Da igual el "bando", el "lado", "el color": siempre enfrentado al humor.

En "Disparen al humorista" se pasa del Big Bang a una cáscara de plátano, de Mark Twain a Feynman, Hegel o Darwin; se explican chistes (¡lo que nos gusta un chiste explicado!), se baja a los infiernos y se deambula por cerebros. Todo de la mano del Sr. Cabeza Tostadora, Palito Bonardi, Fabricio y el propio Darío.

Lean y disfruten, pasen y vean, repasen y reflexionen. "Disparen al humorista". Necesario, revelador y placentero viaje al corazón del humor.

"Bienaventurados los que ríen: porque lo cómico los perseguirá"

...nosotros le perseguimos a él.


viernes, febrero 03, 2017

Manu Kas: el humor como espejo

Manuel, Manolo, Manu Kas es ese tío de Vallekas que explotó hasta decir basta eso de ser de Vallekas, como si no hubiera más barrio, extrarradio, oxorradio, extraordirradio, religionarrio, y que tiene razón; porque Vallekas es especial y tiene esa autenticidad que la gentrificación ha eliminado de otras zonas míticas de Madrid.

Manu Kas es ese comediante frágil que se mueve sinuoso sin moverse, haciéndote una cobrita mientras actúa, mientras te las mete dobladas con sus reflexiones sobre el ser humano. Porque Manu no se anda con chiquitas (que también), y explora la naturaleza de eso que llamamos el Homo Sapiens como un entomólogo.

Manu es un espejo, porque habla sin pudor de sus miserias, te hace cómplice de ellas, porque son las tuyas y ríes porque sabes que no hay solución, que esas miserias que te plantea no tienen remedio. Que seremos así siempre, que volveremos a caer, que volveremos a renunciar, que seremos siempre carne de cañón, que no pasa nada, que nos resignamos, que peleamos como insectos ciegos contra lo irremediable.

Por eso Manu se retuerce mientras nos da la chapa, porque se sabe perdedor en la batalla, porque nos habla desde la derrota sin tapujos. Manu nos habla desde el mar revuelto a base de contradicciones, de frases hechas, de abandonos y de desaires. Desde ese mar que no le corresponde ni le quiere pero en el que no tiene otra cosa que hacer que estar, y mantenerse, y pelear, y sentirse ganador aunque solo sea con un micro pegado a los labios a modo de chaleco salvavidas.

Manu es muy grande pero se siente pequeño. Y ahí radica su grandeza. En su pelo revuelto, en su día después, en sus vasos llenos y vacíos, en su melancolía barata, en su pique ideológico, en sus redes, en sus hilos, en su tartamudez de arranque de frase.

Manu Kas dice cosas maravillosas en los textos grabados en Comedy Central (antes Paramount Comedy), que son la punta del iceberg de su talento. Porque Manu, apoyado en la barra, o con un teclado y un chat es prodigioso también, sin cortes, sin matices, sin ataduras. Manu es una bomba de verdad en un mundo sin norte, norteños ni brújula que entienda de humor.



Manu te pone en tu sitio sin pretenderlo, porque siempre está como de favor, como de paso, como sin merecerlo en un mundo lleno de perros de presa, de nauseabundos textos de mierda de animales que se extinguirán por inútiles. Manu es un lobo solitario buscando amor en un whatsapp lejano, un buscador de oro que espera la hora para ir al bar a contar sus lances, un buhonero de los pueblos deseando parar.  Manu Kas es ése, ese tío de Vallekas.




La respiración contenida

De un día para otro vino la hostia y cortó la respiración. Un virus malo, malísimo, llega, se expande, mata, colapsa. De un día para ot...