Parece ser que al mismo tiempo que nuestro microprocesador ha aumentado su capacidad de trabajo, nuestro adsl de bajada-subida de archivos ".rar" y nuestras tarjetas gráficas de pintar dibujos animados con metralletas y puntos de vista subjetivos, ha aumentado nuestra capacidad de asimilar información y desparramarla ante el primer incauto cercano que nos encontramos.
O sea:
Por un lado vivimos una soledad sonora, que nos hace comunicarnos poco verbalmente en nuestra oficina (mucho por e-mail: "un saludo", "un abrazo", "buenas tardes"), en nuestra tienda (si entra poca gente) o en nuestra conserjería (si soy de los bien acoplados, manos en los huevos y mímica o monosílabos como expresiones más cercanas al Homo sapiens sapiens).
Y por otro lado vivimos encuentros breves de tiempo donde vaciamos un volquete de información sobre el primero que nos pregunta qué tal el día, o concreta más.
Lo sufrido de todo esto, es que el ochenta por ciento de las cosas que vertemos de esta manera es un simple drenaje fisiológico, nada interesante pero necesario de expulsar, emociones contenidas: sustos, humillaciones, arrebatos; comentarios sobre sucesos: noticias de prensa, rumores de pasillo, llamadas inoportunas; o preguntas existenciales: ¿qué hago en esta puta oficina?, ¿por qué no hice la oposición?, ¿me iré a vivir a Cádiz?
Todo esto, que se va acumulando a lo largo del día o la semana y que sacamos fuera como si de un huracán con nombre inocente se tratara: "Voy a hablaros de El Niño".
Pero nos pasa a todos, por lo que la comunicación se resume en esperar a que el otro termine para echar lo nuestro a modo de vomitera interminable.
A veces, las más, esta incomunicación suele tener un tercer elemento que, a modo de moderador, interviene en ésta: El televisor.
Así, es normal estar hablando con alguien y que éste, de reojo, eche una visual para ver si hace una palabra de nueve letras en el concurso "sobremesino" o intente comprobar si el tiempo que va a hacer en la cornisa cantábrica afectará en su paseo matutino y manchego del domingo.
La propia televisión alimenta esta nueva forma de comunicación, con los contertulios llenándose de nódulos las cuerdas vocales por decir alguna gilipollez que aumente el share del programa y lo vuelvan a llamar, sin importar argumentos ni informaciones que no vengan de su propia disociada sinapsis.
Otras veces es la ropa de alguien que pasa tras nuestro interlocutor o un canasto de kikos gordos que se cae al suelo, cualquier cosa antes que atender a lo que nos están contando.
Luego nuestros mayores o cualquier individuo con responsabilidad progenitora, se echa las manos a la cabeza viendo a los suyos pasearse con unos auriculares pegados a las orejas durante toda la jornada social. Sin percatarse que la actividad es similar a la que hacen ellos: no escuchar a los que hay en su entorno.
Ahora que lo pienso, puede que lo de acumular más información sea algo de estos nuevos tiempos, pero lo de escuchar me da que desde Altamira.
Truman: Ex-Trabajador de oficina. Incansable observador. No deja títere con cabeza. Su lema: "Cuando no tengo otra cosa que hacer, trabajo".
viernes, octubre 03, 2008
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1 comentario:
Tienes muchísima razón, Truman. ¿Por qué nos habremos vuelto así? Cuánto egocentrismo!! Y yo me incluyo...
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