Siempre he tenido cierto repelús a la liturgia de las tarteras. Entiendo que es más sano comerte unas lentejitas que ha preparado tu madre hace dos días, que ha congelado y guardado para tí. Sé que es mejor.
Pero es ver el pedazo de cacharro que traes y abrirlo en plena orgía de olores: el churruscado olor a comida quemada desde el microondas "vigilado" por el Sr. Gordito; la peladura de naranja de la Srta. ListaQueTieneLaRespuesta; el chorizo frito...
Ver las albóndigas que asoman por la boca del que habla sin parar; la mesa llena de restos y marcas de caldos vertidos inadvertidamente; los improvisados mondadientes...
Sentir la proximidad del compañero de mesa, a veces desconocido a veces ingratamente conocido, notar que hace rato pasó su momento AXEADO; oir, como si tuviera un mosquito mascando cornflakes en mi tímpano, su "cracoteado" de pan tostado; mirar hacia delante y encontrar un chorro de limón disparado hacia las gafas...

Notar el roce de la gente que pasa con dificultad detrás de tí; que pasa su bandeja por encima de tu estratégico peinado; que estornuda cerca (¡menudo gripazo he cogido!)...
Explicar porqué te gusta echar el pan en el plato de migas o gazpacho en la ensalada; entender porqué esa persona obesa sólo come una ensaladita pequeñita y dos coca-colas, dos cafés y una bolsa de Cheetos una hora más tarde; porqué es bueno beber agua antes de las comidas pero no durante y la fruta lo primero...
Intentar sonreír con todo lo gracioso que se cuenta; corroborar la teoría sociológica del día; inventar un comentario jocoso-cínico-original para que sigan admirando tu singular "bordería"...
Y sobre todo y por encima de todo: Después de ver mi camisa salpicada por culpa de mi inadaptada maniobra de ingestión; mi mochila calada por mi ineficaz cierre de "tupper" y mi tripa demandando otros cinco cacharros como el que he maltraído, y me puede.
Que aproveche,pues.

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