Cuando yo era pequeño por el patio de luces llegaban con frecuencia tres sonidos inconfundibles:
La pesa de una olla a presión dando vueltas; los gritos de alguna madre desesperada porque su hijo no comía o llegaba tarde al colegio y la música de "
Los Chunguitos", "
Los Chichos", "Tijeritas" o "Los Calis".

En el ambiente de emigrantes andaluces venidos al extrarradio no había sitio para intelectualidades burguesas de otras zonas de Madrid, ni de lecturas más allá de las que mandaban en el colegio, ni películas más allá de las que echaran en la tele.
Por eso, cuando los Chichos cantaban eso de "Pero sea como sea seguiré luchando por los míos seguiré robando si es preciso y con estas manos noche y día sacaré adelante a mi familia", a la gente se le ponían los pelos como escarpias porque lo entendían y lo veían en la calle todos los días.
Han pasado muchos años y han salido muchos grupos musicales que tocan de aquí y beben de allá. Y muchos reconocen, después de encaramarse a la cima de la popularidad, y una vez asegurado su club vehemente de fans (valga la redundancia), ser seguidores de estos antecesores "chungos", "raros" o "inconfesables".
Así ví a Leo, de
Stravaganzza, que están ahora pegando con su versión del "Hijo de la Luna" de Mecano, "entregaíto" en el concierto que "Los Chichos" dieron en el pasado
Extremúsika.

En otro sentido, y en el mismo, le pasó a Alaska. Que iba de diva intestinal, es decir, "caca-pis" con rollito
underground y al cabo de los años se declara ferviente admiradora de Raphael, que en los años ochenta iba de divo de La Reina cuando llenaba el teatro Monumental.
Ramoncín, el vapuleado artista otrora "Rey del pollo frito", amante del glam y el punk, tras el rollito chungo se puso de lo más intelectual paseándose por todas la cadenas de televisión como un lector de lo más fino. Asunto este que ocultó mientras emitía sonidos extraños micrófono en mano en sus conciertos de rombo en el ojo. Si la gente que le jaleaba hubiera sabido que leía a Dostoievski o que luego iba a ir de paladín de la
SGAE seguro que no se hubiera dejado escupir.
Y es que cómo nos gusta ir de "chungos".
Hasta los más
pijos del lugar intentan a veces presumir de borrachera o noche loca, tener huevos para romper esto, encararse a áquel o tirarse a la ministra en el váter. Son los "jipi-pijos", yo siempre los he llamado así aunque parece que el término ha sido acuñado por varias fuentes a la vez.
Ellos, desde su privilegiada posición, deciden ser "jipis". Y, mientras papá les cuida el puesto fijo en la empresa u organismo público, ellos se dedican a estudiar teatro, cine o armonía con el mismo riesgo que corre la infanta Sofía de quedarse sin crédito en el
ABC Serrano.
Ellos son chungos pero no saben lo que es levantarse por la mañana pensando si les quitarán la casa o si su hijo se ha ido con una gente al descampado de atrás.
Y los jipi-pijos se mezclan con los perro-flauta y ya no hay quién sepa quién es quién. Los perro-flauta(me enseñó el término Charly), estos chicos de las rastas; las mallas a rayas; la flauta y el perro que piden para birras, también acaban sucumbiendo a Los Chunguitos y su "dame veneno que quiero morir", aunque en su cassette se harten de destrozar el altavoz con canciones punkarras.
Y mucha gente saca chistes sobre los "
Camela", que a base de vender y sonar se metieron dentro del circuito musical, aunque les pese a los padrinos de grupos tan manidos y financiados como "La Oreja de Van Gogh" o el deplorable "El sueño de Morfeo". Puta la gracia que me hace escuchar la cancioncita esta nueva a todas horas.
Al final acabarán haciendo una versión del "Tú te has burlado de mí" y darán el pelotazo final. Pero eso sí, antes vivirán un rato de su imagen pop-gum-yuju. Aunque eso no les impedirá ponerse algún tatuaje, para parecer más chungos.
Yo nunca fui devoto de San Jeros del Mismo Medio, pero si me dan a elegir salgo con un:
" Libre libre quiero ser
quiero ser quiero ser libre".